viernes, 24 de abril de 2009

Two Black Monoliths, en el Museo Experimental El Eco


Artista visual y director publicitario del Grupo Editorial Celeste, Aldo Chaparro da un trago a su bebida. Viste como si la noche prometiera fiesta. Y lo hace. Habla de su obra: “en el título Two Black Monoliths no hay poesía, la pieza es eso justamente, y a pesar de ello suena poético”.

Es 16 de abril y se inaugura Two Black Monoliths en el Museo Experimental El Eco. Chaparro tiene razón: su pieza consiste justamente en dos monolitos negros paralelos, pero con algunos matices extras que definen su significado.

Se trata de una reinterpretación de la pieza del escultor Tony Smith, The Elevens Are Up, de 1963, que representaba con dos monolitos del mismo tamaño y forma los dos músculos del cuello que se aflojan y hacen perder el equilibrio a un alcohólico. Smith, por supuesto, lo era.

Pero la pieza de Chaparro, si bien conserva las características de tamaño y forma, va más allá. Busca explorar la espiritualidad a partir de la masa y el volumen. Y reflexionar sobre la idea del objeto, su uso y valor en relación a su entorno y en relación al arte.

Afirma el artista: “a partir de mi experiencia como editor, funciono como un curador de mi propio trabajo: lo que hago es editar piezas populares”. Por ello trabaja a partir de la creación de otro artista y agrega algunos referentes de la cultura popular, para resignificar la obra y crear una completamente nueva.

Para ello, revistió los dos monolitos con luces verdes y el sonido de la agrupación alemana de música electrónica Kraftwerk, surgida en la década de 1970. Además de las referencias a películas como Tron (1982), de Steven Spielberg y 2001: Odisea del espacio (1968), de Stanley Kubrick, que inserta otro camino para el significado.

“En 2001, apunta el artista, el monolito era un vigilante. En el cine de Kubrick el miedo era una constante y, particularmente en esta cinta, se plantea la idea del miedo a que las computadoras se rebelen”.

Chaparro, quien otorga “información de fácil acceso para que el espectador entienda sus piezas a partir de un mínimo de información”, asegura que Two Black Monoliths es el resultado de una visión naif de esos referentes.

Es decir, el resultado de una mirada espontánea e ingenua, casi infantil del artista. Se trata de un juego entre “la referencia evidente, icónica, popular” que habla de la modernidad, la exploración del artista y el diálogo con el museo mismo.

Una especulación artística

Como la mayor parte de las obras que se exponen en el Museo Experimental del Eco, Two Black Monoliths está motivada por la historia que encierra este espacio universitario diseñado por Mathias Goeritz, proyectado a partir de “intereses formales, gnósticos y místicos que vinculaban principios de la arquitectura teotihuacana” con elementos del expresionismo alemán.

El Eco, cuenta su historia, surgió como una edificación “con símbolos que aludían a una diversidad ideológica en aras de lograr una oración plástica, proponiendo un lugar de posibilidades múltiples donde sucediera una resonancia creativa”.

Como parte de esa resonancia, Aldo Chaparro propone una especulación plástica. Es decir, presenta la posibilidad de ver su obra al mismo tiempo como un objeto, un trabajo de arquitectura y como evento.

Con ello, busca que sus exposiciones sean “situaciones que suceden en el tiempo”. A diferencia de la pintura y la escultura, que existen y pueden apreciarse en un momento preciso, busca que su instalación sea como la “música y el cine, con los que vives un momento de tu vida” que no sucede en un solo instante.

“Mi vocación como editor y diseñador me obliga a crear como si trabajara para un cliente”. Así, en El Eco, su muestra constituye una síntesis de forma y referentes. “Todo artista es una antena que capta la señal de más lejos: yo la hago evidente”.

Ese es el motivo de que elija los materiales de sus obras después de tener la idea. Lo importante es que hay un discurso detrás de sus obras y su preocupación porque el espectador lo conozca: “el conocimiento afecta tu condición estética”, la apreciación de una pieza artística. “Pero yo selecciono mis iconos para que la experiencia no sea tan complicada, es información que yo cocino”.

Otra pieza acompaña a Two Black Monoliths: un letrero luminoso con una frase en inglés del músico estadunidense Scott Walker: “enciende este sentimiento, así podremos estar juntos una vez más, y no sentiremos la gravedad del tiempo”. El público podrá hacerlo en el Museo Experimental El Eco. Sullivan 43, colonia San Rafael. Christian Gómez

lunes, 13 de abril de 2009

Si no los cuento yo...

Hace unos días platicaba con uno de los chicos del grupo donde soy ayudante de profesor y hablábamos sobre por qué no leo La Jornada. La explicación, fidedigna pese a todo, no se origina a partir de circunstancias inéditas ni tiene increíbles causales pragmáticas o alcances ideológicos. Simplemente estoy decepcionado. Lejos de los grandes sueños.

Aquello no significa que no tenga intenciones de hacer algo con mi vida. Simplemente, he decidido no embarcarme en empresas inútiles, innecesarias y hasta risibles.

Basten dos ejemplos. Era 2006 y, con 18 años recién cumplidos esperaba asistir a un evento histórico en las primeras elecciones en las que votaría. Entonces quienes estudiábamos en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales protestábamos en contra de la llamada ley Televisa. Ya en el Zócalo, ya fuera de la Cámara de Diputados.

Ambos eventos nos tenían de verdad emocionados, frenéticos de ser partícipes de este gran cambio del que debíamos ser parte y cuyas dimensiones la Universidad nos hizo entender: un revés a los poderes fácticos y, ahora sí, la transición a la vida democrática bajo nuestro líder salido del pueblo. Ya saben quién.

Julio Hernández López, el astillero, se convirtió para algunos amigos y para mí, quizá en el ideólogo de nuestra generación. La historia es conocida y grotesca: los empoderados (¿existe esa palabra?) estaban locos y tenían los medios para concretar sus desvaríos y lo hicieron; y lo peor, a quienes “les robaron la elección” y sus defensores también enloquecieron. Hoy Hernández López seguro sería capaz de explicar la crisis económica mundial como un plan de las “fuerzas oscuras” –o cualquier pintoresco sinónimo– en contra de AMLO.

Segundo ejemplo. Apenas unos meses después del descalabro, también en 2006, secuestraron a una amiga del grupillo de soñadores. La historia terminó mal y aún en 2009 la familia no puede librarse del miedo ni de las audiencias ni de la burocracia.

En medio de la marcha por la paz (no sé cómo la llamaron los oportunistas organizadores), el Señor Presidente de la República, Licenciado Felipe de Jesús Calderón Hinojosa, ofreció ayudar a esta familia y a otra que tuvo que pagar un rescate en medio de la marcha. Aquello en 2008 y hoy en abril de 2009 el ilustrísimo mandatario (me sentí Kapuszinsky hablando del Sha o el emperador de Etiopia, jaja) no ha mostrado señales. Bonito País (en altas, como se escribe en Reforma).

Permítaseme un tercer ejemplo (qué estilazo traigo hoy). Un día –de los extraños que a veces tengo– platiqué con el hermano de Lucio Cabañas. Contaba que hoy, aún perseguido político, sólo queda hacer labor en el marco de la legalidad. Un discurso tan tibio como sincero y válido. No es ocasión de este texto explicar por qué, pero su labor es por demás valiosa.

Dejar de leer ese diario es apenas un síntoma de mi ánimo, reflejo de mi época. Vale decir que off the record, en ese medio reconocen que a veces defienden lo indefendible con la intención de hacer contrapeso frente a otras voces. Y está bien.

No culpo ni involucro a nadie pero ni los soñadores de los años setenta, con una estructura detrás de sí, siguen por acá. Las marchas están llenas de consignas vacías y discursos repetidos irreflexivamente. Me dirán por supuesto que hay algunos muy entusiastas que leen de una forma distinta a Marx, que proponen una novedosa reinterpretación, y mejor no diré nada.

Escribo todo esto porque una mala broma del destino envió a un funcionario del IFE a decirme que me tocó ser funcionario de casilla. Imagino que robarán las urnas y habrá balazos entre caciques o hacendados o que el pueblo enardecido echará abajo la elección para elegir a su líder del narco. Ya me veo colgado del cuello frente a la lechería de la colonia pero por 300 pesos vale la pena arriesgarse, etcétera.

Parece que no soy el único decepcionado o que fue cooptado. Mi generación abre la boca pero de ella sale, a diferencia de la del poeta beat Allen Gingsberg, más que un aullido, un bostezo. ¿Pueden culparme por eso?

Ya me vi exiliado por hablar del Presidente