lunes, 22 de diciembre de 2008

De la muerte de un español

Valentín Farragosa asiste a su propio funeral sólo para descubrir que él es el muerto. Despierta. Despierta pero está dentro de la caja y todo está oscuro y le falta el aire. Se da cuenta del carácter trillado de esta historia. Esta vez sí muere.
Y las flores se secaron...


domingo, 21 de diciembre de 2008

Stradivarius

Hace días que quisiera traerme entre dedos un gran texto. Pero no tengo más que el deseo. A veces pasa que me despierto y la computadora me llama y el coraje de perder las ideas entre sueños me mata. Y me levanto. Pero hace tanto que no.



Y busco...

Transgresores. Una mirada libre al fotoperiodismo

Para continuar (y terminar) con el resumen de mi (periodísticamente) improductivo año, incluyo esta otra reseña de una muestra fotográfica de fotoperiodismo que se publicó también en La Tempestad Universitaria. Y me da pereza buscar en qué número, además de que no se consigue ya. No hay modo. No.


Fotografía
Varios artistas

Transgresores
Christian Gómez, UNAM


Aún pensadas con premura periodística, las imágenes pueden trascender por su planteamiento estético y conceptual. En Transgresores, una muestra del cuerpo de fotógrafos del diario Milenio, un grupo de zapatistas juegan basketball, Emilio Azcárraga baila frenético y George Bush mira infantil al cielo. “La ciudad se presta para un enfrentamiento de posturas, es lugar privilegiado para la trasgresión”, dicen los curadores. Admiten que la fotografía, incluso periodística, se convierte en discurso al aprehender la selección de un momento. Pero los fotógrafos no transgreden, viven en una sociedad transgredida. Vestida de novia, una mujer cruza la calle entre microbuses. Cerca, la primera dama se ve incómoda entre las participantes de un concurso de belleza. Transgresores retrata la vida política y cotidiana en plena crisis de roles y significación. Es un juego de analogías y contrastes entre espacios públicos y sus habitantes: humor negro sobre los grandes absurdos de nuestro entorno. No así, la falta de anclaje contextual limita la crítica de algunas imágenes a simples chistes visuales. Para los organizadores, el planteamiento no es periodístico sino una mirada plástica formal del acontecer. Peca de breve, pero basta para dejar en el público una sonrisa y un extraño toque de culpa.

Museo Archivo de la Fotografía, Guatemala 34, Centro Histórico.



La exposición ya terminó. En Transgresores, una mirada libre del fotoperiodismo participaron con su trabajo:

Claudia Guadarrama
Nelly Salas
Sandra Perdomo
Paola García
Omar Menéses
Octavio Hoyos
Enrique Gutiérrez
Víctor Cruz
René Soto
Oswaldo Ramírez
Jesús Quintanar
Javier García
Héctor Téllez
Martín Salas

Grito (Léase con música de Jarabe de palo)

Hace días que no escribo
He contado con los dedos
Cuántas veces me he reído... un madrazo me ha válido.

sábado, 13 de diciembre de 2008

Factory girl. George Hickenlooper

Haciendo gala de lo poco que escribí este año y llevando a cabo lo que prometí al iniciar este blog sobre usar mis textos de archivo, presento esta reseña sobre Factory Girl. Es también una manera de comenzar un recuento de mi (periodísticamente) improductivo 2008. Una versión "editada" de este texto se publicó en la revista La Tempestad universitaria. También participé en el diario La Tempestad.

George Hickenlooper
Factory girl



Diversas historias se han creado en torno al controvertido artista estadunidense Andy Warhol, convertido él mismo en ídolo pop del que poco se conoce más allá de su famosa lata de sopa. Dirigida por el joven pero prolífico George Hickenlooper, Factory girl relata la historia de Edie Sedwick, una joven desenfadada y caprichosa por la que un humano y hasta inseguro Andy Warhol experimentó “una fascinación cercana a cierto tipo de amor”. Usando como metáfora el escape de un globo metálico, parte de la instalación Nubes de plata del creador, la cinta se divide en dos partes. El asenso de la joven que lo mismo posó para Vogue o Life que para la lente de Warhol y la ruina de una musa pop perdida en los excesos. Para soslayar conflictos legales o como titubeo en el argumento, el personaje que para la verdadera Edie llevó por nombre Bob Dylan es raramente encarnado por Hayden Christensen y simplemente nombrado en los créditos como “el músico”. Una afortunada edición intercala la narración en voz de Sedwick con retrospectivas y un manejo musical que dinamiza la exposición de la obra de Warhol junto a su compañera en medio de la convulsa década de 1960 en Nueva York. Lista desde 2006, la cinta se estrenó hasta este año pese a las protestas de los abogados de Dylan y con un impacto menor.




martes, 9 de diciembre de 2008

Imprecisiones

En cierto momento, deseé que la lectura no terminara. Pero el autor, a su vez, quiso en algún tiempo –o tal vez fue así sin que él lo planeara– que la novela concluyera tras determinado número de páginas. Pasado un rato, en alguna parada de mi viaje a casa, me encontré con la página final. Y no me quedó más que leer un periódico de la semana pasada. Puta madre.

lunes, 10 de noviembre de 2008

Bailando por un boleto

<3 Esto es de cuando Emmanuel se convirtió en un genio amateur de la edición n_____n


Leila, tú eres la estrella.


domingo, 2 de noviembre de 2008

Un café por El fuma-fuma

Emmanuel duerme sentado junto a mí. Yo escribo. Estos informes son largos y dicen poco, cuestión de metodología. En cuanto halle la pista que busco tendré material de sobra para redactar un gran reportaje, con mucho color.

Andamos en busca de El fuma-fuma. Queremos saber cómo es que le vende mierda a la gente. Antes vendía cigarros; ahora mierda en papel encerado. Parece que le va bien y es bueno convenciendo. No sabemos. Pero ayer le vendió a una señora cien gramos en la Condesa.

Uno es periodista o eso intenta. Emmanuel en cambio se salió de trabajar para ayudarme en el proyecto. Cuando venda la investigación o la cuele en el Concurso Nacional de crónica o reportaje, el pago será en mitades. No sabemos si vamos a encontrar algo, pero nos sentimos reporteros de Proceso.

Antes de renunciar, Emmanuel le preguntó a Héctor, que es psicólogo y tiene un café por el World Trade Center, de qué se trataba. Héctor le dijo entre risas que el muy cabrón de El fuma-fuma –cómo me gusta escribir ese apodo– probablemente está hipnotizando a la gente, que sí se puede. Y aunque eso es como de Kaliman o de película de El Santo, no dudamos que sea cierto.

Eso de vender mierda es muy sugerente. Yo mismo debería estar vendiéndola en lugar de estar gastando tanto en preguntarme cómo y por qué la gente la compra. La respuesta está ahí: la gente compra todo, hasta mierda.

Pero en serio quiero ver mi nombre publicado. Encontrar a ese gran cabrón y que me venda un cuarto y a lo mejor un kilo. A ver qué me dice. A mi tía Vero le vendió una amarillenta –ahí supe que se trataba de mierda de perro– afuera del mercado de la colonia Obrera. Llegó a su casa llorando y riéndose y diciendo “qué ridícula”. Y fue rezarle a San Juditas.

Yo me encargo de las direcciones y las entrevistas; Emmanuel de las llamadas. Ya sabemos de unos veintiséis casos. Entrevistados van siete. Casi nadie quiere contarlo y al final siempre lloran. Ahí vamos.

Nos falta encontrarnos con El fuma-fuma. No hay quien no le haya visto. Emmanuel lo vio una vez en la Condesa, en el Parque España. Yo mismo tropecé con él en el tianguis del Chopo, otra en Zona Rosa y una más en el metro Balderas. Todavía vendía cigarros. Es cosa de pararnos en Coyoacán y esperarlo.

El fuma-fuma andará en los sesenta años. Usa zapatos deportivos y un suéter café, de secundaria técnica, hecho chaleco. “Anda bien peladito y es canosón”, nos dijo apenado de su anécdota Gabriel Rojas, arquitecto, en El Péndulo de Coyoacán. “Pero en la nuca trae unas extensiones que le llegan a la mitad de la espalda, como Ana Torroja cuando cantaba Hijo de la luna”, agregó su esposa. Según Emmanuel, también tiene un diente plateado. Una vez le compró un Camel.

Emmanuel tiene barba y fuma y asiente cuando la gente platica. Por eso me gusta llevarlo a las entrevistas. Nos creen más, nos toman más en serio. Hoy hablamos con Magdalena Reyes, de 54 años, quien aparenta más de sesenta debajo del delantal y el suéter tejido. Nos citó en el Vips de Avenida Central, en Nezahuacóyotl. Dijo:

"Ahora verán. ¿Cómo fue? Pues andaba yo en el centro con mi hija la mayor. Íbamos a la Parisina y a la París. ¿Qué chistoso suena, verdad? Total que andábamos por Madero porque a Rocío le gustan unos helados de yogur que venden ahí casi en la esquina con Motolinía. Yo la esperé afuera porque ahí también venden soya, todo de soya, y vieran nada más de verla el asco que me entra. Entonces se me acercó un señor, ya grande pero fornido él. Traía colgada del cuello una charola, ahora verán, como los que venden cerveza en los estadios. Es que a mi marido le gusta ir. Total que me dice el señor: ‘tú tienes muchos problemas. Yo sé de eso, se te ve en los ojos. ¿Cuánto dinero traes? Tú traes dinero’. Y ¿cómo les diré? En su pobre casa sí hay problemas y ¿cómo les diré? Se pone uno tan nervioso…"

Magdalena se echó a reír, nerviosa. Como cayéndole el veinte. Como decepcionada de sí. Pagó 320 pesos por un cuarto de mierda verde, también de perro. Llora. Nosotros pagamos 184 pesos; 16 de propina.

Llevamos veinte días en esto. Llamadas. Citas. Pagar café en Sanborn’s, molletes en Vips, moka en Starbucks. Emmanuel duerme junto a mí. Yo escribo. Me preocupa su cuello. De verdad que estamos muy cansados.




Pensando...




miércoles, 29 de octubre de 2008

lunes, 27 de octubre de 2008

Y una foto de Karla

La revolución que se durmió. Un retrato de Diego


Toma uno. Cámara en mano. Un grupo de personas discute las condiciones de un documental. Planean cómo, qué narrar. Se trata de Un retrato de Diego. La revolución de la mirada (Gabriel Figueroa Flores, México, 2007), donde Diego Rivera se convierte en hilo conductor de una historia más amplia, la de quienes pusieron a México en imágenes durante la primera mitad del siglo veinte.

Son hijos del muralista que pintó para Rockefeller, del fotógrafo Manuel Álvarez Bravo y el cinefotógrafo Gabriel Figueroa. Y es justo donde termina su informal e innecesariamente filmada charla, después de su confesa vida a la sombra de sus padres, donde comienza la parte valiosa del trabajo.

En ella, se cuenta cómo Álvarez Bravo y Figueroa eran amigos de Rivera y decidieron hacer un documental sobre el artista a propósito del cumplimiento de los 50 años de su vida creativa. Un triángulo multimedia trabajando en imágenes sobre la creación de imágenes. Un metalenguaje.

Rivera dibuja, pinta a cuadro. Un joven lo mira, también a cuadro. Álvarez Bravo lo encuadra, compone la imagen. Figueroa lo filma.

De la mano crean una visión plástica de México. Rivera Pinta la Revolución, Álvarez Bravo retrata a sus campesinos convertidos en obreros mientras Figueroa plasma en imágenes en movimiento los sueños y la esperanza de la realidad.

Un retrato de Diego es un afortunado ejercicio bibliográfico, hemerográfico, documental. Casi académico. De una capacidad narrativa capaz de tejer el escenario político y creativo de una época. De analizar imágenes en el sentido formal, discursivo, pero también en el plano pragmático. Casi poético.

Dice de “La parábola óptica” de Álvarez Bravo: los ojos en un aparador muestran otra realidad “como si el espejo no nos regresara la mirada sino la continuara”.

Diego y los alcatraces. Diego y la casa del Anáhuac. Diego y las palabras de Frida. Diego y la vida. Diego y la muerte. El omnipresente Carlos Monsiváis se refiere al legado de Rivera como un ejercicio de ascetismo, siempre en busca de la perfección.

Mientras, José Luis Cuevas presenta una versión disminuida y titubeante de su protesta contra lo que en su tiempo llamó “La cortina del nopal”. “(Sólo) Estaba en contra de la inmovilidad”, dice. ¿Será que lo perdonó al tiempo?

Estrenado en octubre de 2007, Un retrato de Diego (La revolución de la mirada) es por una razón más un metalenguaje: es un documental sobre otro documental que nunca se concretó. Con apenas 14 copias, también se perdió en el olvido.

sábado, 18 de octubre de 2008

World Press Photo 2008




World Press Photo. La realidad compuesta
Por Christian Gómez


Para los organizadores de World Press Photo, la prioridad no fue escoger la mejor imagen sino realizar la tarea “un poco incómoda” de seleccionar las más representativas de cada tema. Todas ellas, destacadas por “desafiar las convenciones de fotoperiodismo”, para estimular al espectador, hacerle reflexionar.

En la edición 2008 de este concurso, que se exhibe en el museo Franz Mayer, se recompensa el trabajo creativo del fotoperiodista, no el cómodo. Los jueces de World Press Photo se ocupan de la forma, no del contenido. Califican la foto, no son jueces del mundo.

Los retos de la imagen periodística son diversos. Entre ellos, lograr un balance entre la técnica y el mensaje. Deben moverse cautelosamente entre los cánones del periodismo y el coqueteo con el arte. El fotógrafo de prensa trabaja en el umbral entre la denuncia social y el registro de los hechos. También busca reconocimiento como autor.

Para revistas, diarios y portales de Internet, los periodistas gráficos trabajan en una composición de la realidad. Formalmente, ordenan los hechos sociales en un cuadro de imagen.

Así, ponen la dimensión de la tragedia china en perspectiva, la pobreza afgana a contraluz y a los yoguis indios en un juego de planos y profundidad. Muestran la anorexia en contrapicada. Encuentran la belleza en la malaria.

Retratan en claroscuro a un padre vietnamita y su hijo, quienes hace ya cinco años han quedado sin hogar. La nostalgia en panfocus –todos los elementos de la imagen vistos con nitidez–, días después del último cumpleaños, el número 101, del coreógrafo ruso Igor Moiseyev. Sentado junto a su esposa, amoroso, en una recámara.

Los trabajos seleccionados le ponen rostro a las tragedias. No sólo eso. Encuentran la dimensión social –búsqueda incesante del periodismo– en la vida cotidiana.

Violencia en Latinoamérica, en África, en Medio Oriente. Temas recurrentes pero replanteados ante cada lente. Pobreza, marginación, intolerancia. Abuso sexual. Analfabetismo. Guerra, prisioneros, dolor. Atentados contra la naturaleza. Su violenta respuesta.

En World Press Photo encuentran lugar los aparentes sinsentidos y las diversas cosmovisiones en otras latitudes. Por ejemplo, los registros de Cristina García del culto a Maria Lonza en Venezuela. Tan sui generis, cercano a los rituales africanos y de la mano con la muerte.

Se vuelven diálogo intercultural. Olivier Gulman retrata mirando la televisión a una mujer inglesa, una marroquí, un hombre japonés, uno nigeriano y un niño japonés.

Las fotografías pueden tener diversas lecturas. Una mujer recostada sobre un sofá, con el maquillaje corrido y probablemente alcoholizada o drogada, se convierte en imagen de la decadencia. Se trata de una actriz: Martina Gusmán en el set de la película Leonera. Una fotografía hecha por Stefano De Luigi.

Capaz de engañar a cualquier incauto que no lea el contexto que se ofrece junto a cada imagen, queda claro que éstas no hablan por sí mismas.

La foto posada. La serie trabajada, casi montada. Algunos barridos, más artísticos que informativos. Todas ellas permiten reflexionar hasta qué punto es registro y hasta dónde creación.

Las fotografías son una postura, una interpretación del fotógrafo. Una visión del hecho, cargada de una intencionalidad, consciente o inconsciente, que debe tomarse con cierto cuidado. “Aunque las fotos no mienten –afirma Lewis Hine–, los mentirosos pueden hacer fotos”.

Al premiarle por las verdades que retrata, World Press Photo se convierte en una suerte de vigilante del fotógrafo de prensa.



Esta reseña también fue publicada en el No. 13 de la revista electrónica Escrutinio

jueves, 16 de octubre de 2008

El Fastigio. Igual es gratis

Hoy estoy molesto porque perdí un trabajo por culpa de los virus. Se borró de mi USB. Por eso, platicando con mi admirada Liz, reportera e investigadora en El Universal, miembra del cuerpo de adjuntos de Celia Shoijet, decidí tener un blog para tener dónde despotricar y quizá publicar alguno de los muy pocos textos que últimamente escribo.

Es algo que quería hacer hace mucho, pero no me atrevía. Un poco por pena. Un tanto por la certeza de que no sería leído. Pero ya no me importa. Igual es gratis.

Lo de Fastigio es por Rayuela, de Julio Cortázar. Es la punta de algo o el momento más alto, el peor de una enfermedad. Igual porque desde ese punto puede que las cosas se vean mejor. ¿Pura mamada? Igual Talita dice: “Fastigio. Bonita palabra, lástima lo que significa”.

Pese a la mala conexión a Internet, tengo textos de archivo y algo de ganas. Espero alguien me lea. Si no, de nuevo digo: igual es gratis.