viernes, 9 de octubre de 2009

El sueño no es un refugio sino un arma, de Geney Beltrán Félix

Para el escritor y editor Geney Beltrán Félix (Culiacán, Sinaloa, 1976), “desde Montaigne, el ensayo ha hecho residir su definición en el carisma del estilo y la divagación caprichosa de un tema”. Y es justo así, de manera caprichosa, como provoca al lector en El sueño no es un refugio sino un arma, su último libro de ensayo, llevándolo hacia una especulación sobre lo que significa escribir hoy.

Publicado este año en la Colección Diagonal de los Textos de Difusión Cultural de la UNAM, el libro se divide en dos partes: Escritos viscerales, donde reflexiona sobre los retos y el (disímbolo) papel actual del lector, el narrador y el crítico; y Cuaderno azaroso, hojas de crítica literaria donde lleva a la praxis su distanciamiento de la lectura vacía, compiladora, cuantitativa, y de la reseña (género que niega) superflua.

Se trata, precisamente, de una antología de textos viscerales en los que se advierten, con lucidez, algunos rasgos que marcan la actividad literaria desarrollada en la plenitud de la posmodernidad. Pese a ello, el libro es, un llamado a creer de nuevo en la escritura, en la literatura perdurable, capaz de cambiar la visión del mundo.

Destacan “Historias de perras vulnerables”, que más allá de una crítica literaria es una lectura de los autores de su tiempo, y los ensayos “Historias para un país inexistente”, “La doble raíz” y “La inspiración en Julio Manuez”, donde, a través de una pintoresca anécdota personal como editor, ilustra la perenne falta de autocrítica en los escritores. Un texto contundente.

En “Historias para un país inexistente”, Beltrán Félix cuestiona la función de la literatura como constructora de identidad en un país sin fundamento; a través de un epígrafe de Juan Rulfo, abre una ventana hacia el paisaje árido del México de nuestros días.

Es un ensayo que cuenta una historia de desencanto. Sentencia: “México fue en último término la novela más exitosa y fallida de la literatura y la cultura de casi un siglo”. Héroes inexistentes y un falso sentido de pertenencia, gracias a los cuales las nuevas generaciones tienen como reto redefinir un país, “un país donde la vida no vale nada”, y en el que además no hay lectores.

Estas páginas son depositarias de frases tan entusiastas como desoladoras que se atreven a reivindicar, por ejemplo, la actividad creadora: “la necesidad personal de la escritura es más impetuosa que la conciencia del escribir para una comunidad inexistente”.

Por otra parte, en “La doble raíz” habla de la mentira que representan juicios como aquellos que sostienen que escribir de nada sirve. Es una reflexión actual del eterno problema “para qué escribir”. ¿Escribir por el arte?, ¿por la fama? Es ésa la doble raíz, pero es eterna. El autor va más allá, plantea la necesidad (exigencia) del escritor de creer en la escritura como un medio de acción, la legítima raíz hoy: “Tarde o temprano, escribir trastoca al mundo”.

El de Beltrán Félix no es un libro que responde preguntas. Es en cambio una serie de ideas discutibles –“Los periódicos existen para que los libros sigan siendo insustituibles”–, una contienda contra la literatura comercial y una dura crítica al medio académico que no debe leerse como resentimiento sino como provocación. Se trata de un libro que más allá de ser leído, merece ser discutido.

El autor hace un examen al medio literario. Es una cruzada contra la falta de crítica. Reprocha la comodidad del cubículo universitario, la falta de propuestas y sensibilidad. Va contra la literatura que no se arriesga y que no responde a las exigencias de su tiempo.

El sueño no es un refugio sino un arma, título que tomó de un verso del poeta peruano E. A. Westphalen, funciona como una metáfora, donde el sueño representa a la escritura y ésta funciona así como un arma para cambiar al mundo.

El 4 de enero de 2009, Geney escribió en su blog la entrada “Una novela así”, donde suplica por “Una novela que vomite. Que vocifere su furia, que respire con enojo, hastiada de seguirle creyendo a la escritura sus ímpetus pudibundos (…). Una novela que no use guantes de seda, que no tome el té de las cinco…”. El sueño no es un refugio sino un arma funciona como un altavoz que, con un tiraje de mil ejemplares y una edición bien cuidada, le permite pedirla a gritos.



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